Tres, cuatro, cinco, cientos, miles de personas discuten algo en una red social, puede ser de política, de fútbol o simplemente de si Shakira baila mejor que Jennifer López, el tema es lo de menos, pero el hecho es que, muchas veces, la discusión llega a límites de agresión y estupidez alarmantes, al insulto, a la descalificación más humillante.
Esas mismas personas se juntan en un bar, viéndose la cara y les aseguro que la discusión difícilmente llegue a esos niveles de agresividad y descalificación.
¿No nos pasa algo parecido también cuando manejamos? ¿Por qué arriba de un carro nos convertimos en esas fieras indomables e insultantes cuando otro conductor hace alguna mala maniobra y si alguien, en la calle y caminando, nos choca o se nos cruza, no decimos nada o hasta pedimos perdón?
Puede haber más de una razón, pero recuerdo una vez, hace ya tiempo, cuando estaba viendo un documental acerca de cierta tribu en el Amazonas o en África (ya no recuerdo) y veía que cuando los integrantes de esa tribu caminaban por la selva, llevaban máscaras humanas pero puestas al revés, en sus nucas, mirando hacia atrás.
¿Y por qué hacían eso? Para que fieras, como un leopardo, no los atacaran; sabían que cuando se ve a la cara a un animal de esos, es menos probable que lo ataquen a uno a que cuando se les da la espalda y no se los ve directo a los ojos.
Un día, un amigo que bucea con tiburones me dijo: “Sebastián, ¿sabes cuál es el tiburón más peligroso?” “¿Cuál?”, le pregunté. “El tiburón que no se ve, el que viene por detrás”, me respondió.
Y como algo (o mucho) de animales tenemos los seres humanos, creo que por ahí va una de las claves por las cuales nos volvemos más agresivos en las redes sociales o cuando estamos al volante: porque no nos vemos las caras, porque el anonimato y la mirada escondida detrás de un (muchas veces falso) nick name o de un armatoste de metal, nos muestra al otro no como a un par, incluso ni siquiera como a una persona, si no como a alguien o algo a lo que se puede atacar y descalificar sin ningún tipo de pudor ni consecuencia; la cara y la mirada, intimidan, el nick name y los ojos que no se ven, no.
Ese ataque, muchas veces desmedido, no deja de ser, en más de una ocasión, un acto de cobardía. “Guapos y valientes de Twitter” hay muchos, pero muchos de esos mismos valientes, cuando discuten cara a cara, se vuelven mansas ovejas que bajan la cabeza y van directo al matadero sin dar pelea.
Otra de las razones por las cuales las discusiones en redes sociales se vuelven tan álgidas, la vine a encontrar leyendo el muy buen libro de Robert Cialdini, “Influence“ y tiene que ver con lo que allí se define como el principio psicológico de consistencia que significa que una vez que alguien hace una elección, adopta una postura o hace algo, encontrará una presión fuerte que lo llevará a comportarse de manera congruente con lo que ha dicho o hecho anteriormente.
Es decir, si yo dejo por escrito algo en redes sociales, doy mi opinión acerca de algo, voy a defender con mucha más fuerza y ahínco esa opinión que si no la hubiera escrito, dejado expuesta ante los demás o simplemente si sólo la hubiese dicho.
Estudios que se mencionan en el libro de Cialdini, avalan esto. A las palabras se las lleva el viento, a lo escrito, no.
Eso explica la actitud de muchos que opinan en redes y que cuando se les demuestra con hechos demoledores que su opinión o dato está equivocado, lejos de admitir el error o la equivocación, siguen aferrados con uñas, dientes y encías a lo indefendible y lo insostenible.
Y por último, ya para cerrar, no podemos dejar de lado la mismísima estupidez humana en muchas de esas discusiones y agresiones sin sentido. La estupidez siempre existió, pero en las redes sociales, que están abiertas a todo el mundo, queda más expuesta y se ve más. : ).
Las redes, para mí, son un muy buen lugar para ver y estudiar todo el crisol de comportamientos que los seres humanos son capaces de tener, sus luces y sus sombras.
¿Qué opinas tú de esto? ¿Estás de acuerdo? ¿Agregarías algo más?
Me dará mucho gusto escucharte.
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